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“Después, apoyado en la baranda de tertulia, empezaba a sentir ese silencio de sueño que se hace antes de los conciertos cuando falta mucho para empezar; cuando lo hacen mucho más profundo los primeros cuchicheos y el chasquido seco de las primeras butacas; cuando se espera oír y sin embargo es más lo que se ve que lo que se oye; cuando el espíritu, sin saberlo, espera trabajando; cuando trabaja casi como en el sueño, dejando venir cosas, esperándolas y observándolas con una distracción infantil y profunda; cuando de pronto se hace el esfuerzo para suponer lo que vendrá y se mira por centésima vez el programa; cuando se repasa la vida de uno y se aventuran ilusiones; cuando se siente la angustia de no estar colocado en ningún lugar de este mundo y se jura colocarse en alguno; cuando se sueña llamar la atención de los demás algún día y se siente cierta tristeza y rencor porque ahora no la llama; cuando se pone histérico y sueña un porvenir que le adormece la piel de la cabeza y le insensibiliza el piel; y que jamás lo confesaría a nadie porque se ve sí mismo demasiado bien y es el secreto más retenido del que se tiene algún pudor; porque tal vez sea lo mas profundo del sentido estético de la vida; porque cuando no se sabe de lo que uno es capaz, tampoco se sabe si su sueño es vanidad u orgullo.”
Por los tiempos de Clemente Colling, Felisberto Hernández.
Hubo un día fuera del tiempo.
De ahí surgió Lea. Entre sabiduría y belleza, entre tinta e impresiones, entre sueños y proyectos, entre vinilos y susurros.
De ahí a la sonrisa no hay nada. Y como es de mañana o de noche y está lindo, y como se escucha música y es el día y la hora y la oportunidad de reconciliarse con alguna cosa, entonces uno se queda con la sonrisa.